
De la industria del juguete y el control de la felicidad
El Black Friday, que se celebra a finales de noviembre, marca el inicio no oficial de la temporada de compras navideñas y del llamado Golden Quarter o Trimestre Dorado del comercio, durante el que algunos negocios consiguen hasta un 60% de sus ventas anuales -un 70% si se trata de juguetes.
Es el momento en el que salen, como setas, los tan esperados catálogos de juguetes: se pueden encontrar en el buzón, bajo la puerta de entrada, en la caja del súper…
Es difícil que no lleguen al público infantil cuando, su objetivo, es precisamente llegar a él.
¿Y qué nos pasa a nosotros, los adultos, cuando aparece un catálogo de esos en casa y nuestro hijo empieza a marcar todas las cosas que quiere que le traigan los Reyes, y nos lo enseña, y no para de hablar sobre ello y sueña ya con el momento en que se encontrará con todo lo que he pedido bajo el árbol de Navidad?
De los niños y de los juguetes, ya hemos hablado: de por qué preferimos los materiales no estructurados (sin objetivo concreto) o los juegos a los juguetes. O de que querer un determinado juguete puede venir de lo que llamamos una necesidad sustitutiva, frente a una necesidad real y apremiante como puede ser en un niño la necesidad de jugar.
¿Qué hace que nosotros, los padres, sucumbamos a la infinita lista de regalos de nuestro hijo y que las Navidades se conviertan, en algunos casos, en una auténtica desmesura?
La industria del juguete no utiliza a los niños para su gran negocio navideño; nos utiliza a nosotros, que somos los que tenemos el poder adquisitivo. A nosotros a través del anhelo por cumplir el deseo de nuestro hijo: las ganas de verle feliz, de hacerle feliz. Qué no haríamos por esa carita de alegría al abrir un regalo o ese “¡Gracias Mamá!”…
Es curioso pensar en lo que supone la intención de hacer feliz al otro. Como si el otro no pudiera serlo por sí mismo. Como si hubiera una relación de dependencia. Y de control sobre la felicidad del otro.

De la industria del juguete y el control de la felicidad
El Black Friday, que se celebra a finales de noviembre, marca el inicio no oficial de la temporada de compras navideñas y del llamado Golden Quarter o Trimestre Dorado del comercio, durante el que algunos negocios consiguen hasta un 60% de sus ventas anuales -un 70% si se trata de juguetes.
Es el momento en el que salen, como setas, los tan esperados catálogos de juguetes: se pueden encontrar en el buzón, bajo la puerta de entrada, en la caja del súper…
Es difícil que no lleguen al público infantil cuando, su objetivo, es precisamente llegar a él.
¿Y qué nos pasa a nosotros, los adultos, cuando aparece un catálogo de esos en casa y nuestro hijo empieza a marcar todas las cosas que quiere que le traigan los Reyes, y nos lo enseña, y no para de hablar sobre ello y sueña ya con el momento en que se encontrará con todo lo que he pedido bajo el árbol de Navidad?
De los niños y de los juguetes, ya hemos hablado: de por qué preferimos los materiales no estructurados (sin objetivo concreto) o los juegos a los juguetes. O de que querer un determinado juguete puede venir de lo que llamamos una necesidad sustitutiva, frente a una necesidad real y apremiante como puede ser en un niño la necesidad de jugar.
¿Qué hace que nosotros, los padres, sucumbamos a la infinita lista de regalos de nuestro hijo y que las Navidades se conviertan, en algunos casos, en una auténtica desmesura?
La industria del juguete no utiliza a los niños para su gran negocio navideño; nos utiliza a nosotros, que somos los que tenemos el poder adquisitivo. A nosotros a través del anhelo por cumplir el deseo de nuestro hijo: las ganas de verle feliz, de hacerle feliz. Qué no haríamos por esa carita de alegría al abrir un regalo o ese “¡Gracias Mamá!”…
Es curioso pensar en lo que supone la intención de hacer feliz al otro. Como si el otro no pudiera serlo por sí mismo. Como si hubiera una relación de dependencia. Y de control sobre la felicidad del otro.

