
Comparación en la infancia: cómo afecta a la autoestima y la familia
¿Es natural comparar?
La comparación forma parte de nuestra naturaleza humana. Sin ella, manejarnos en nuestra vida diaria sería poco menos que imposible: comparar es lo que nos ayuda a tomar decisiones racionales; a funcionar de manera eficiente, a decantarnos por una cosa u otra según el peso de los pros y los contras; comparándolos.La dominancia y liderazgo de algunos individuos dentro de la manada nos enseñan que las comparaciones, en su vertiente de competición, también son habituales en el mundo animal. De hecho, están directamente relacionadas con la supervivencia de la especie: el macho más fuerte es el que mayor número de veces se aparea, asegurando así un buen linaje.Nosotros ya no somos tan primitivos –aunque a veces nuestro cerebro siga funcionando como tal; ya no necesitamos de esas competiciones para la supervivencia de la especie. Quizás sigamos necesitando personas fuertes o grandes líderes, pero también médicos y bailarines. Y no podemos medirlos a todos por el mismo rasero.
Comparar para conocernos mejor
Las comparaciones dicen mucho de nosotros, de nuestras prioridades y necesidades. “Unai está agotado: ¿le dejo dormir un poco más y hoy le visto yo?” o dicho de otra manera: “¿Hoy priorizo el sueño del niño o el hecho de que vaya siendo autónomo a la hora de vestirse?”.
Las comparaciones nos ayudan a ver las cosas con perspectiva; cotejando información, jerarquizando prioridades. El hecho de ser conscientes de estar tomando una decisión puede ser muy enriquecedor para el conocimiento de uno mismo. Es algo que nos mantiene atentos y nos ayuda a evitar los automatismos, tratando cada situación teniendo en cuenta los factores únicos de cada caso.
Comparación tóxica: cómo reconocerla
El reverso de la moneda, es el juicio que va asociado a la comparación –o el juicio que nosotros interpretamos que implica. Tanto negativo como positivo. Esto nos lleva a enfrentarnos y a competir: ¿Quién es el mejor? Y, si hay un mejor, también habrá un peor…
Si en vez de estar atentos a nuestras necesidades nos fijamos en los demás; en lo que son, hacen o tienen, nos desconectamos de nosotros mismos, alimentando una comparación tóxica. Nos hace fijarnos en lo que no tenemos en vez de lo que tenemos.
Y así, estamos construyendo una sociedad de ganadores y perdedores donde nuestras inseguridades nos convierten en carne de cañón para caer víctimas de este mecanismo y reproducirlo. Donde las redes sociales potencian este patrón, magnificando logros y silenciando dificultades.
Baja la autoestima y surgen los complejos.
Cómo afecta la comparación infantil a la autoestima
Los daños de este tipo de comparación en la infancia son mucho más pronunciados que en el mundo adulto porque la autoestima de los niños está en plena construcción.
Cuando decimos que un niño es inteligente o gracioso, estamos haciendo una comparación tácita entre ese niño y el resto en base un baremo –cultural o personal– del que no solemos hablar pero que está dentro de cada uno de nosotros.
Estos juicios, por muy positivos que sean, pueden tener graves consecuencias tanto en el niño al que se ha elogiado –poniéndole por encima de los demás– como al resto de niños, que ha quedado por debajo del niño que ha destacado. Los niños del montón.
Ni qué hablar de las comparaciones negativas (muchas veces indirectas, en modo llamada a la acción) y en las que el niño sale siempre malparado: “Tu primo ya sabe leer”, “Mira como nada ya ese niño tan pequeño”…
Las comparaciones entre los niños, lejos de motivar, bloquean y acomplejan; alteran la convivencia entre ellos, enfrentándolos.
Daños emocionales de la comparación: un caso en el aula
—Nora, has hecho un examen de 10 —dice el profesor en voz alta.
Aunque tengan buena intención, estas intervenciones pueden hacerle mucho daño a los niños más inseguros, que son los más frágiles. “No ha dicho nada de mi examen, así que lo habré hecho mal”. Si resulta el niño se ha esforzado, la frustración podría llevarle a desanimarse y quizás la próxima vez ni estudie.
¿Y Nora? Si no tiene una autoestima fuerte y sana, ese halago puede convertirse en una fuente de presión futura. Llamar la atención del profesor siendo un excelente estudiante puede ser muy goloso para un niño con baja autoestima pero con buenas dotes académicas. Muchos de estos niños, cuya baja autoestima es debida a que no se sienten queridos per se, querrán destacar por sus habilidades y destrezas, https://www.alavida.org/el-vinculo-herramienta-de-supervivencia-y-desarrollo-neurologico, buscando un reconocimiento que hará que, poco a poco, vayan desconectándose de sí mismos y de sus intereses con tal de obtener esa anhelada atención, Amor –creen ellos.
Pero la autoestima, que se nutre del reconocimiento externo es caprichosa. Subirá y bajará como una montaña rusa en base a los logros y fracasos. No es la autoestima sana de quien se siente querido por lo que es, sino por lo que hace.
Comparaciones entre hermanos: rivalidad y etiquetas
En casa y entre hermanos, es donde la comparación se hace más delicada. Comparar a dos hermanos hace que se enfrenten y se conviertan en rivales al competir por la atención de los padres («Hermanos, no rivales». Adele Faber & Elaine Mazlish). Las discusiones y peleas estarán a la orden del día.
“Tu hermano ya se ha comido todo el puré y es más pequeño que tú”. Comentarios tan anodinos pueden desencadenar potentes engranajes si es algo habitual en el día a día familiar.
Ya es difícil de por sí tener un hermano pequeño. Si a esto se le añaden comparaciones en las que sale perdiendo, la herida de hermano mayor no hace sino agrandarse. Por algún lugar tendrá que salir su necesidad de atención. La próxima vez, quizás le dé por tirarse al suelo y gritar y patalear en vez de quedarse, soñador, mirando el plato de puré. A saber. Pero algo tendrá que hacer para llamar la atención que no ha conseguido… y su hermano sí.
Al hermano quizás le dé por ser “un niño que come estupendamente” –una etiqueta que llena de orgullo a una madre. Pero ese niño quizás deje de escucharse y coma más de la cuenta para seguir nutriéndose de los comentarios de su madre. Para mantener el rol que le han adjudicado. Es decir: no por motivación propia, sino con el objetivo de obtener el reconocimiento. Olvidándose de sí mismo y de sus necesidades. Tampoco sabemos por dónde saldrá. Pero algo tendrá que hacer para seguir manteniendo la atención y aprobación de sus progenitores, por encima de su hermano. Y de sí mismo.
Las comparaciones encasillan a los niños en roles que les tocará interpretar en una pantomima familiar, lejos de las verdaderas necesidades de los unos y de los otros.
Un enfoque educativo sin comparaciones: el modelo Alavida
Todos tenemos juicios de valor. Otra cosa es que los compartamos. En Alavida, los acompañantes no compartimos nuestros juicios de valor con los niños. Porque si lo hiciéramos, aparecería la comparación y el enfrentamiento entre ellos.
Nosotros ponemos el foco en respetar los intereses, el ritmo y las capacidades de cada niño de manera individual. En los primeros años escolares, no hacemos grupos de matemáticas o lectoescritura; estas son actividades individuales, para que los niños puedan centrarse en lo que están, sin estar pendientes de lo que hacen los demás. Para que toda su atención esté al servicio del aprendizaje.
Lo importante no es cuándo se aprende algo, sino la consistencia y solidez con que se integre. El entusiasmo y la alegría con la que el niño lo aprenda. En Alavida, hay niños que empiezan a leer con 3 años y otros con 7. Eso sí: los más mayores no pueden leer durante el tiempo de concentración, porque es lo único que harían.
En Alavida teníamos a un niño con terror al agua. En una salida escolar a la piscina, este niño vio cómo sus amiguitos nadaban como pececillos, disfrutando en el agua. Nadie le dijo nada: nadie le comparó, nadie le animó; simplemente, confiamos en su proceso. Él solo acabó metiéndose porque estaba muerto de ganas de poder disfrutar… como los demás. Cambiar la mirada, en este sentido, puede marcar la diferencia entre un niño seguro y un adulto herido.
Cómo transformar la comparación en una herramienta constructiva
A veces, solo con darnos cuenta de que nos estamos comparando, ya hemos avanzado. “Vale, esta persona es mucho más exitosa que yo pero… trabaja lo que no está escrito… ¿Quiero yo eso?”. Es decir, el hecho de darnos cuenta, puede hacer que volvamos a nosotros mismos; a preguntarnos por nuestras necesidades y deseos para saber qué es lo queremos en nuestra vida. A comparar de manera constructiva.
Podemos acompañar a los niños para darle la vuelta así a las comparaciones que ellos mismos hacen. Esto nos puede dar muchas pistas sobre sus necesidades, sobre sus anhelos. ¿Qué puede haber detrás de un “Soy el que peor juega al fútbol”?. Escuchando y con tiempo, podemos descubrir cosas que no sospechábamos en nuestro hijo. Quizás simplemente quiera decir que desea mejorar; o que le gustaría ser elegido de los primeros al hacer equipos; que se siente excluido porque no le pasan el balón o que quisiera que le admiraran como aquel niño que juega tan bien…
Aceptar la diferencia como fortaleza
Somos seres sociales y, como tales, necesitamos del grupo. Está escrito en lo más profundo de nosotros. Pero esto, tergiversado, puede dar lugar a querer ser como los demás, pensando que así tendremos más posibilidades de pertenecer. Si pusiéramos el foco en aceptar nuestras diferencias, quizás pudiéramos ver lo que nuestra individualidad aporta al grupo.
¿Es mejor un roble o una margarita ? Pues depende de lo que busques. Pero un bosque con solo una especie sería pobre; lo mejor sería que hubiera de los dos. Aunque lo verdaderamente ideal sería que hubiera muchas especies más. La diferencia, en realidad, hace nuestra riqueza. Y todos salimos ganado.

Comparación en la infancia: cómo afecta a la autoestima y la familia
¿Es natural comparar?
La comparación forma parte de nuestra naturaleza humana. Sin ella, manejarnos en nuestra vida diaria sería poco menos que imposible: comparar es lo que nos ayuda a tomar decisiones racionales; a funcionar de manera eficiente, a decantarnos por una cosa u otra según el peso de los pros y los contras; comparándolos.La dominancia y liderazgo de algunos individuos dentro de la manada nos enseñan que las comparaciones, en su vertiente de competición, también son habituales en el mundo animal. De hecho, están directamente relacionadas con la supervivencia de la especie: el macho más fuerte es el que mayor número de veces se aparea, asegurando así un buen linaje.Nosotros ya no somos tan primitivos –aunque a veces nuestro cerebro siga funcionando como tal; ya no necesitamos de esas competiciones para la supervivencia de la especie. Quizás sigamos necesitando personas fuertes o grandes líderes, pero también médicos y bailarines. Y no podemos medirlos a todos por el mismo rasero.
Comparar para conocernos mejor
Las comparaciones dicen mucho de nosotros, de nuestras prioridades y necesidades. “Unai está agotado: ¿le dejo dormir un poco más y hoy le visto yo?” o dicho de otra manera: “¿Hoy priorizo el sueño del niño o el hecho de que vaya siendo autónomo a la hora de vestirse?”.
Las comparaciones nos ayudan a ver las cosas con perspectiva; cotejando información, jerarquizando prioridades. El hecho de ser conscientes de estar tomando una decisión puede ser muy enriquecedor para el conocimiento de uno mismo. Es algo que nos mantiene atentos y nos ayuda a evitar los automatismos, tratando cada situación teniendo en cuenta los factores únicos de cada caso.
Comparación tóxica: cómo reconocerla
El reverso de la moneda, es el juicio que va asociado a la comparación –o el juicio que nosotros interpretamos que implica. Tanto negativo como positivo. Esto nos lleva a enfrentarnos y a competir: ¿Quién es el mejor? Y, si hay un mejor, también habrá un peor…
Si en vez de estar atentos a nuestras necesidades nos fijamos en los demás; en lo que son, hacen o tienen, nos desconectamos de nosotros mismos, alimentando una comparación tóxica. Nos hace fijarnos en lo que no tenemos en vez de lo que tenemos.
Y así, estamos construyendo una sociedad de ganadores y perdedores donde nuestras inseguridades nos convierten en carne de cañón para caer víctimas de este mecanismo y reproducirlo. Donde las redes sociales potencian este patrón, magnificando logros y silenciando dificultades.
Baja la autoestima y surgen los complejos.
Cómo afecta la comparación infantil a la autoestima
Los daños de este tipo de comparación en la infancia son mucho más pronunciados que en el mundo adulto porque la autoestima de los niños está en plena construcción.
Cuando decimos que un niño es inteligente o gracioso, estamos haciendo una comparación tácita entre ese niño y el resto en base un baremo –cultural o personal– del que no solemos hablar pero que está dentro de cada uno de nosotros.
Estos juicios, por muy positivos que sean, pueden tener graves consecuencias tanto en el niño al que se ha elogiado –poniéndole por encima de los demás– como al resto de niños, que ha quedado por debajo del niño que ha destacado. Los niños del montón.
Ni qué hablar de las comparaciones negativas (muchas veces indirectas, en modo llamada a la acción) y en las que el niño sale siempre malparado: “Tu primo ya sabe leer”, “Mira como nada ya ese niño tan pequeño”…
Las comparaciones entre los niños, lejos de motivar, bloquean y acomplejan; alteran la convivencia entre ellos, enfrentándolos.
Daños emocionales de la comparación: un caso en el aula
—Nora, has hecho un examen de 10 —dice el profesor en voz alta.
Aunque tengan buena intención, estas intervenciones pueden hacerle mucho daño a los niños más inseguros, que son los más frágiles. “No ha dicho nada de mi examen, así que lo habré hecho mal”. Si resulta el niño se ha esforzado, la frustración podría llevarle a desanimarse y quizás la próxima vez ni estudie.
¿Y Nora? Si no tiene una autoestima fuerte y sana, ese halago puede convertirse en una fuente de presión futura. Llamar la atención del profesor siendo un excelente estudiante puede ser muy goloso para un niño con baja autoestima pero con buenas dotes académicas. Muchos de estos niños, cuya baja autoestima es debida a que no se sienten queridos per se, querrán destacar por sus habilidades y destrezas, https://www.alavida.org/el-vinculo-herramienta-de-supervivencia-y-desarrollo-neurologico, buscando un reconocimiento que hará que, poco a poco, vayan desconectándose de sí mismos y de sus intereses con tal de obtener esa anhelada atención, Amor –creen ellos.
Pero la autoestima, que se nutre del reconocimiento externo es caprichosa. Subirá y bajará como una montaña rusa en base a los logros y fracasos. No es la autoestima sana de quien se siente querido por lo que es, sino por lo que hace.
Comparaciones entre hermanos: rivalidad y etiquetas
En casa y entre hermanos, es donde la comparación se hace más delicada. Comparar a dos hermanos hace que se enfrenten y se conviertan en rivales al competir por la atención de los padres («Hermanos, no rivales». Adele Faber & Elaine Mazlish). Las discusiones y peleas estarán a la orden del día.
“Tu hermano ya se ha comido todo el puré y es más pequeño que tú”. Comentarios tan anodinos pueden desencadenar potentes engranajes si es algo habitual en el día a día familiar.
Ya es difícil de por sí tener un hermano pequeño. Si a esto se le añaden comparaciones en las que sale perdiendo, la herida de hermano mayor no hace sino agrandarse. Por algún lugar tendrá que salir su necesidad de atención. La próxima vez, quizás le dé por tirarse al suelo y gritar y patalear en vez de quedarse, soñador, mirando el plato de puré. A saber. Pero algo tendrá que hacer para llamar la atención que no ha conseguido… y su hermano sí.
Al hermano quizás le dé por ser “un niño que come estupendamente” –una etiqueta que llena de orgullo a una madre. Pero ese niño quizás deje de escucharse y coma más de la cuenta para seguir nutriéndose de los comentarios de su madre. Para mantener el rol que le han adjudicado. Es decir: no por motivación propia, sino con el objetivo de obtener el reconocimiento. Olvidándose de sí mismo y de sus necesidades. Tampoco sabemos por dónde saldrá. Pero algo tendrá que hacer para seguir manteniendo la atención y aprobación de sus progenitores, por encima de su hermano. Y de sí mismo.
Las comparaciones encasillan a los niños en roles que les tocará interpretar en una pantomima familiar, lejos de las verdaderas necesidades de los unos y de los otros.
Un enfoque educativo sin comparaciones: el modelo Alavida
Todos tenemos juicios de valor. Otra cosa es que los compartamos. En Alavida, los acompañantes no compartimos nuestros juicios de valor con los niños. Porque si lo hiciéramos, aparecería la comparación y el enfrentamiento entre ellos.
Nosotros ponemos el foco en respetar los intereses, el ritmo y las capacidades de cada niño de manera individual. En los primeros años escolares, no hacemos grupos de matemáticas o lectoescritura; estas son actividades individuales, para que los niños puedan centrarse en lo que están, sin estar pendientes de lo que hacen los demás. Para que toda su atención esté al servicio del aprendizaje.
Lo importante no es cuándo se aprende algo, sino la consistencia y solidez con que se integre. El entusiasmo y la alegría con la que el niño lo aprenda. En Alavida, hay niños que empiezan a leer con 3 años y otros con 7. Eso sí: los más mayores no pueden leer durante el tiempo de concentración, porque es lo único que harían.
En Alavida teníamos a un niño con terror al agua. En una salida escolar a la piscina, este niño vio cómo sus amiguitos nadaban como pececillos, disfrutando en el agua. Nadie le dijo nada: nadie le comparó, nadie le animó; simplemente, confiamos en su proceso. Él solo acabó metiéndose porque estaba muerto de ganas de poder disfrutar… como los demás. Cambiar la mirada, en este sentido, puede marcar la diferencia entre un niño seguro y un adulto herido.
Cómo transformar la comparación en una herramienta constructiva
A veces, solo con darnos cuenta de que nos estamos comparando, ya hemos avanzado. “Vale, esta persona es mucho más exitosa que yo pero… trabaja lo que no está escrito… ¿Quiero yo eso?”. Es decir, el hecho de darnos cuenta, puede hacer que volvamos a nosotros mismos; a preguntarnos por nuestras necesidades y deseos para saber qué es lo queremos en nuestra vida. A comparar de manera constructiva.
Podemos acompañar a los niños para darle la vuelta así a las comparaciones que ellos mismos hacen. Esto nos puede dar muchas pistas sobre sus necesidades, sobre sus anhelos. ¿Qué puede haber detrás de un “Soy el que peor juega al fútbol”?. Escuchando y con tiempo, podemos descubrir cosas que no sospechábamos en nuestro hijo. Quizás simplemente quiera decir que desea mejorar; o que le gustaría ser elegido de los primeros al hacer equipos; que se siente excluido porque no le pasan el balón o que quisiera que le admiraran como aquel niño que juega tan bien…
Aceptar la diferencia como fortaleza
Somos seres sociales y, como tales, necesitamos del grupo. Está escrito en lo más profundo de nosotros. Pero esto, tergiversado, puede dar lugar a querer ser como los demás, pensando que así tendremos más posibilidades de pertenecer. Si pusiéramos el foco en aceptar nuestras diferencias, quizás pudiéramos ver lo que nuestra individualidad aporta al grupo.
¿Es mejor un roble o una margarita ? Pues depende de lo que busques. Pero un bosque con solo una especie sería pobre; lo mejor sería que hubiera de los dos. Aunque lo verdaderamente ideal sería que hubiera muchas especies más. La diferencia, en realidad, hace nuestra riqueza. Y todos salimos ganado.