
Cómo educar sin premios ni castigos
Los premios y castigos como herramienta educativa tradicional
¿Alguien ha conocido, en su infancia, alguna otra forma de educar que no fuera en base a premios y castigos? Contados deben de ser los casos; y no estamos hablamos solo de lo que hayamos conocido de primera mano, sino de la mismísima historia de la educación occidental: los premios y castigos han sido utilizados, desde siempre, como herramienta fundamental para manejar la conductas, deseadas o no, de los niños.
¿Es posible educar sin premios ni castigos?
En boca de todos los que se precian, ahora mismo, de estar un poco al tanto de las corrientes de crianza y pedagogía, está el tema de la educación respetuosa, en la que algunos abogan, precisamente, por una educación sin refuerzos positivos o negativos. Pero ¿es esto posible? -recelan algunos. Según nuestro punto de vista, no solamente es posible, sino muy recomendable ya que influye, directamente, en conceptos tan fundamentales como la formación de una sólida autoestima en el niño.
Otra manera de educar: una nueva relación adulto-niño
“Buf. Menudo berenjenal ¿y qué hago yo si el niño no quiere comerse las verduras?” Ah, amigo… es que esto de educar sin premios ni castigos forma parte de algo mucho más amplio; es una manera de educar en la que se confía profundamente en el niño, en sus capacidades, en el conocimiento que tiene de sus propias necesidades y, en ese contexto, uno no necesita castigos. Si el niño no se come las verduras, no estudia para un examen o pega a su hermano pequeño, habrá que ver qué es lo que está pasando. Un castigo sería algo así como un parche circunstancial, cuyos efectos no durarán en el tiempo y que, probablemente, provoque resentimiento y desconfianza en el niño, más que otra cosa.
Esta nueva concepción de la relación adulto-niño puede provocar mucho vértigo en los padres/educadores; los premios y los castigos colocaban al niño en su lugar de “niño que tiene todo por aprender” y al adulto como “ser poderoso y omnisapiente”. Las cosas estaban claras. Esta nueva relación es terreno desconocido… por ir descubriendo de la mano de nuestros hijos.
Los premios y castigos
La motivación extrínseca.
A corto plazo, los premios y los castigos pueden funcionar, claro: haciendo que el niño haga lo que nosotros queremos que haga o que deje de hacer lo que no queremos que haga.
El problema es que la motivación tanto de premios como de castigos es extrínseca, es decir: viene de fuera y no del propio niño. Esto puede llevar a la dependencia de los premios… y al miedo a los castigos.
Los premios: la recompensa como único motor. La dependencia.
Los premios (o los famosos refuerzos positivos) pueden acabar generando la idea de que solo vale la pena hacer algo si hay una recompensa. Con el tiempo, los niños son susceptibles de perder el interés en las actividades por las que no reciben un premio o de adoptar un comportamiento dirigido a complacer al adulto en lugar de conectar con sus propios intereses.
Los castigos: el miedo y resentimiento
Los castigos generan obediencia a corto plazo, pero también pueden causar resentimiento, miedo o dependencia de la autoridad. Los niños aprenden a actuar (o dejar de hacerlo) por miedo y no porque consideren que algo esté intrínsecamente mal, éticamente hablando.
Educar sin premios ni castigos
Motivación intrínseca: autonomía y seguridad emocional
Uno de los mayores beneficios de educar sin premios ni castigos es que los niños aprenden a actuar por motivación intrínseca y no por aprobación/desaprobación externa, lo cual contribuye, de manera fundamental, al desarrollo de una autonomía y seguridad genuinas. Los niños aprenden a tomar decisiones basadas en sus necesidades, intereses y responsabilidades, en lugar de actuar para obtener aprobación o para evitar un castigo. Los niños pueden encontrar satisfacción en la propia acción realizada.
Recuerdo oír un día a una niña decirle a su hermano “¡Corre, que Mamá se enfada si llegamos tarde a música!” y el hermano contestar “Jo, no me quiero perder la canción de bienvenida”. La motivación de ella era extrínseca; la de él, intrínseca. Ella se daba prisa por evitar el enfado de su madre; él, por no perderse la canción que le gustaba.
El interés del propio niño
Cuando un niño pequeño nos viene a buscar para enseñarnos la torre que acaba de construir, busca compartir su satisfacción, no un reconocimiento; la gratificación viene de la propia actividad y del sentimiento de orgullo y superación que ha generado en él. Si nosotros le espetamos el “¡Qué bien!” de turno, vamos creando en él una expectativa de aprobación que, poco a poco, acabará por convertirse en dependencia. El niño ya no construirá torres por el placer de construir, sino para complacernos.
Aceptación incondicional
Los niños son especialmente sensibles a la atención, amor y cuidado que les brinda el adulto porque su supervivencia depende de ello. Un niño no atendido, querido o cuidado, muere. Teniendo esto en cuenta, es más fácil entender por qué los niños son tan sensibles y receptivos a cualquier muestra de aprobación o reprobación por nuestra parte. Y es nuestra responsabilidad, como adultos, el hacerles sentirse seguros y queridos incondicionalmente; independientemente de lo que hagan o dejen de hacer. Teniendo esa parte cubierta, pueden estar atentos al mundo que les rodea y centrados en sus intereses que es lo que les toca, como niños que son.
Estrategias para educar sin premios ni castigos
Qué hacer
Ahora bien… ¿Cómo hacer para educar sin premios ni castigos? ¿Cómo crear una relación de confianza con nuestro hijo que le proporcione, al mismo tiempo, unos códigos claros de lo que sí le dejamos y lo que no le dejamos hacer? Son dos los ingredientes básicos: tener un ambiente preparado en consonancia con las necesidades e intereses del niño y acompañarlo de manera amorosa, marcando claramente los límites.
Ambiente preparado y actividad libre
En Alavida, entendemos como ambiente preparado un entorno relajado, carente de peligros activos, donde el niño puede tener una actividad espontánea alentado por un ambiente rico en elementos adecuados a las necesidades e intereses de su edad. Ahí, el niño puede explorar libremente y elegir a qué actividad le va a dedicar su tiempo o con quién quiere estar; practicando así, en todo momento, la toma de decisiones; teniendo en cuenta las normas de uso de cada material y la responsabilidad de devolverlo todo a su lugar una vez finalizada la actividad.
En un espacio así, los niños no necesitan refuerzo positivo; son ellos quienes han elegido su actividad y disfrutan con ella sin más ¿Castigos? No hacen falta tampoco: si no se respetan las normas o los límites, no se podrá continuar con la actividad elegida en ese momento. En un marco tan libre y claro al mismo tiempo, la actividad del niño se basta a sí misma.
Describir en lugar de elogiar o reprender
Cuando en el cole un niño de 4 años viene exultante a enseñarnos su dibujo, sabemos que es una costumbre que le viene de casa: ahí, todas sus producciones han sido muy admiradas hasta ahora.
En Alavida, su profesora se pone a su altura y mira el dibujo con él. Ella describe lo que ve: “¡Qué contento te veo con tu dibujo!” y el niño se pone a señalar, a contar, a hacer ruidos y voces como si fueran los personajes del dibujo. La acompañante escucha atenta hasta que el niño se cansa y se va, simplemente. Con el tiempo, el niño dejará de enseñar y dibujará solo para él. O dejará de dibujar, porque solo dibujaba buscando el elogio de sus padres. En Alavida recibe toda la atención que necesita sin tener que mostrar su dibujo.
“Vamos a mirar tu trabajo juntos”, le dice un acompañante a un niño de 9 años que tiene ciertas dificultades con la lectoescritura. “Aquí, donde el sonido /J/ ¿qué has dibujado? Dímelo en voz alta para poder escucharte bien”. Y el niño “jabón, jarra, jarrón, gato… ¿gato? ¡uy, no, aquí me he equivocado!”. No necesita más. ¿Qué mejor que darse cuenta uno mismo de sus propios errores?
Cómo lograr que los niños colaboren
Hay cosas que, a veces, no apetecen
A menudo toca hacer cosas que no nos apetecen. La vida está llena de esas pequeñas contrariedades que nadie nos puede evitar y que son más difíciles aún para los niños, que no tienen la capacidad de prever, a largo plazo, las consecuencias por no hacerlo: yo sé por qué me lavo los dientes o por qué me pongo el cinturón de seguridad; ellos no. A ellos les toca hacer muchas cosas sin entender bien el por qué… y a nosotros acompañarlos. De hecho, nuestra presencia, firme y amorosa al mismo tiempo, es indispensable hasta que se instaure el hábito de algo que toca y no apetece.
Describir. Preguntas abiertas. Comentarios neutros.
Si tenemos que recoger después de una actividad, podemos empezar describiéndole lo que hacemos al niño (2 años): “voy a guardar los bloques aquí”. Los niños son muy colaborativos por naturaleza; probablemente, se pongan a recoger con nosotros (si es que no habían empezado ya). Si no es el caso, podemos buscar su colaboración “¿Quieres guardar tú este bloque?” o “¿Se ha quedado algún bloque por ahí?” (las preguntas abiertas suelen funcionar bastante mejor que las órdenes). Comentarios neutros del tipo “veo dos bloques debajo de la cama” pueden orientar al niño sin que se sienta juzgado.
Nuestra actitud firme y tranquila, hará que el niño se sienta acompañado y que entienda que, a veces, toca sí o sí.
¿Qué hacer cuando un niño no quiere cooperar?
Validar las emociones. Límites claros.
Hay múltiples razones por las que un niño puede no querer cooperar. Una de las más corrientes, es que el niño en cuestión tenga malestar acumulado y necesite soltarlo. Aprovechará ocasiones como esta para poder explotar y desahogarse, con nosotros cerquita.
Siempre validaremos las emociones “Estás enfadado y no quieres recoger”. Pero seremos claros con los límites: “voy a quedarme aquí contigo hasta que recojas”. No dejaremos que tire las cosas o que nos haga daño, por muy enfadado que esté. Lo mejor que le puede pasar, es llorar. Probablemente, después colabore sin ningún problema.
Conclusión
Educar sin premios ni castigos es una carrera de fondo: los resultados no serán a corto plazo. Sí, en cambio, tendrán un calado más profundo y duradero: los niños tendrán más confianza en ellos mismos y en su criterio; también sabrán mejor lo que les gusta y lo que quieren, lo cual les ayudará, a su vez, a ser más autónomos e independientes… ¿Quién da más?

Cómo educar sin premios ni castigos
Los premios y castigos como herramienta educativa tradicional
¿Alguien ha conocido, en su infancia, alguna otra forma de educar que no fuera en base a premios y castigos? Contados deben de ser los casos; y no estamos hablamos solo de lo que hayamos conocido de primera mano, sino de la mismísima historia de la educación occidental: los premios y castigos han sido utilizados, desde siempre, como herramienta fundamental para manejar la conductas, deseadas o no, de los niños.
¿Es posible educar sin premios ni castigos?
En boca de todos los que se precian, ahora mismo, de estar un poco al tanto de las corrientes de crianza y pedagogía, está el tema de la educación respetuosa, en la que algunos abogan, precisamente, por una educación sin refuerzos positivos o negativos. Pero ¿es esto posible? -recelan algunos. Según nuestro punto de vista, no solamente es posible, sino muy recomendable ya que influye, directamente, en conceptos tan fundamentales como la formación de una sólida autoestima en el niño.
Otra manera de educar: una nueva relación adulto-niño
“Buf. Menudo berenjenal ¿y qué hago yo si el niño no quiere comerse las verduras?” Ah, amigo… es que esto de educar sin premios ni castigos forma parte de algo mucho más amplio; es una manera de educar en la que se confía profundamente en el niño, en sus capacidades, en el conocimiento que tiene de sus propias necesidades y, en ese contexto, uno no necesita castigos. Si el niño no se come las verduras, no estudia para un examen o pega a su hermano pequeño, habrá que ver qué es lo que está pasando. Un castigo sería algo así como un parche circunstancial, cuyos efectos no durarán en el tiempo y que, probablemente, provoque resentimiento y desconfianza en el niño, más que otra cosa.
Esta nueva concepción de la relación adulto-niño puede provocar mucho vértigo en los padres/educadores; los premios y los castigos colocaban al niño en su lugar de “niño que tiene todo por aprender” y al adulto como “ser poderoso y omnisapiente”. Las cosas estaban claras. Esta nueva relación es terreno desconocido… por ir descubriendo de la mano de nuestros hijos.
Los premios y castigos
La motivación extrínseca.
A corto plazo, los premios y los castigos pueden funcionar, claro: haciendo que el niño haga lo que nosotros queremos que haga o que deje de hacer lo que no queremos que haga.
El problema es que la motivación tanto de premios como de castigos es extrínseca, es decir: viene de fuera y no del propio niño. Esto puede llevar a la dependencia de los premios… y al miedo a los castigos.
Los premios: la recompensa como único motor. La dependencia.
Los premios (o los famosos refuerzos positivos) pueden acabar generando la idea de que solo vale la pena hacer algo si hay una recompensa. Con el tiempo, los niños son susceptibles de perder el interés en las actividades por las que no reciben un premio o de adoptar un comportamiento dirigido a complacer al adulto en lugar de conectar con sus propios intereses.
Los castigos: el miedo y resentimiento
Los castigos generan obediencia a corto plazo, pero también pueden causar resentimiento, miedo o dependencia de la autoridad. Los niños aprenden a actuar (o dejar de hacerlo) por miedo y no porque consideren que algo esté intrínsecamente mal, éticamente hablando.
Educar sin premios ni castigos
Motivación intrínseca: autonomía y seguridad emocional
Uno de los mayores beneficios de educar sin premios ni castigos es que los niños aprenden a actuar por motivación intrínseca y no por aprobación/desaprobación externa, lo cual contribuye, de manera fundamental, al desarrollo de una autonomía y seguridad genuinas. Los niños aprenden a tomar decisiones basadas en sus necesidades, intereses y responsabilidades, en lugar de actuar para obtener aprobación o para evitar un castigo. Los niños pueden encontrar satisfacción en la propia acción realizada.
Recuerdo oír un día a una niña decirle a su hermano “¡Corre, que Mamá se enfada si llegamos tarde a música!” y el hermano contestar “Jo, no me quiero perder la canción de bienvenida”. La motivación de ella era extrínseca; la de él, intrínseca. Ella se daba prisa por evitar el enfado de su madre; él, por no perderse la canción que le gustaba.
El interés del propio niño
Cuando un niño pequeño nos viene a buscar para enseñarnos la torre que acaba de construir, busca compartir su satisfacción, no un reconocimiento; la gratificación viene de la propia actividad y del sentimiento de orgullo y superación que ha generado en él. Si nosotros le espetamos el “¡Qué bien!” de turno, vamos creando en él una expectativa de aprobación que, poco a poco, acabará por convertirse en dependencia. El niño ya no construirá torres por el placer de construir, sino para complacernos.
Aceptación incondicional
Los niños son especialmente sensibles a la atención, amor y cuidado que les brinda el adulto porque su supervivencia depende de ello. Un niño no atendido, querido o cuidado, muere. Teniendo esto en cuenta, es más fácil entender por qué los niños son tan sensibles y receptivos a cualquier muestra de aprobación o reprobación por nuestra parte. Y es nuestra responsabilidad, como adultos, el hacerles sentirse seguros y queridos incondicionalmente; independientemente de lo que hagan o dejen de hacer. Teniendo esa parte cubierta, pueden estar atentos al mundo que les rodea y centrados en sus intereses que es lo que les toca, como niños que son.
Estrategias para educar sin premios ni castigos
Qué hacer
Ahora bien… ¿Cómo hacer para educar sin premios ni castigos? ¿Cómo crear una relación de confianza con nuestro hijo que le proporcione, al mismo tiempo, unos códigos claros de lo que sí le dejamos y lo que no le dejamos hacer? Son dos los ingredientes básicos: tener un ambiente preparado en consonancia con las necesidades e intereses del niño y acompañarlo de manera amorosa, marcando claramente los límites.
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Ambiente preparado y actividad libre
En Alavida, entendemos como ambiente preparado un entorno relajado, carente de peligros activos, donde el niño puede tener una actividad espontánea alentado por un ambiente rico en elementos adecuados a las necesidades e intereses de su edad. Ahí, el niño puede explorar libremente y elegir a qué actividad le va a dedicar su tiempo o con quién quiere estar; practicando así, en todo momento, la toma de decisiones; teniendo en cuenta las normas de uso de cada material y la responsabilidad de devolverlo todo a su lugar una vez finalizada la actividad.
En un espacio así, los niños no necesitan refuerzo positivo; son ellos quienes han elegido su actividad y disfrutan con ella sin más ¿Castigos? No hacen falta tampoco: si no se respetan las normas o los límites, no se podrá continuar con la actividad elegida en ese momento. En un marco tan libre y claro al mismo tiempo, la actividad del niño se basta a sí misma.
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Describir en lugar de elogiar o reprender
Cuando en el cole un niño de 4 años viene exultante a enseñarnos su dibujo, sabemos que es una costumbre que le viene de casa: ahí, todas sus producciones han sido muy admiradas hasta ahora.
En Alavida, su profesora se pone a su altura y mira el dibujo con él. Ella describe lo que ve: “¡Qué contento te veo con tu dibujo!” y el niño se pone a señalar, a contar, a hacer ruidos y voces como si fueran los personajes del dibujo. La acompañante escucha atenta hasta que el niño se cansa y se va, simplemente. Con el tiempo, el niño dejará de enseñar y dibujará solo para él. O dejará de dibujar, porque solo dibujaba buscando el elogio de sus padres. En Alavida recibe toda la atención que necesita sin tener que mostrar su dibujo.
“Vamos a mirar tu trabajo juntos”, le dice un acompañante a un niño de 9 años que tiene ciertas dificultades con la lectoescritura. “Aquí, donde el sonido /J/ ¿qué has dibujado? Dímelo en voz alta para poder escucharte bien”. Y el niño “jabón, jarra, jarrón, gato… ¿gato? ¡uy, no, aquí me he equivocado!”. No necesita más. ¿Qué mejor que darse cuenta uno mismo de sus propios errores?
Cómo lograr que los niños colaboren
Hay cosas que, a veces, no apetecen
A menudo toca hacer cosas que no nos apetecen. La vida está llena de esas pequeñas contrariedades que nadie nos puede evitar y que son más difíciles aún para los niños, que no tienen la capacidad de prever, a largo plazo, las consecuencias por no hacerlo: yo sé por qué me lavo los dientes o por qué me pongo el cinturón de seguridad; ellos no. A ellos les toca hacer muchas cosas sin entender bien el por qué… y a nosotros acompañarlos. De hecho, nuestra presencia, firme y amorosa al mismo tiempo, es indispensable hasta que se instaure el hábito de algo que toca y no apetece.
Describir. Preguntas abiertas. Comentarios neutros.
Si tenemos que recoger después de una actividad, podemos empezar describiéndole lo que hacemos al niño (2 años): “voy a guardar los bloques aquí”. Los niños son muy colaborativos por naturaleza; probablemente, se pongan a recoger con nosotros (si es que no habían empezado ya). Si no es el caso, podemos buscar su colaboración “¿Quieres guardar tú este bloque?” o “¿Se ha quedado algún bloque por ahí?” (las preguntas abiertas suelen funcionar bastante mejor que las órdenes). Comentarios neutros del tipo “veo dos bloques debajo de la cama” pueden orientar al niño sin que se sienta juzgado.
Nuestra actitud firme y tranquila, hará que el niño se sienta acompañado y que entienda que, a veces, toca sí o sí.
¿Qué hacer cuando un niño no quiere cooperar?
Validar las emociones. Límites claros.
Hay múltiples razones por las que un niño puede no querer cooperar. Una de las más corrientes, es que el niño en cuestión tenga malestar acumulado y necesite soltarlo. Aprovechará ocasiones como esta para poder explotar y desahogarse, con nosotros cerquita.
Siempre validaremos las emociones “Estás enfadado y no quieres recoger”. Pero seremos claros con los límites: “voy a quedarme aquí contigo hasta que recojas”. No dejaremos que tire las cosas o que nos haga daño, por muy enfadado que esté. Lo mejor que le puede pasar, es llorar. Probablemente, después colabore sin ningún problema.
Conclusión
Educar sin premios ni castigos es una carrera de fondo: los resultados no serán a corto plazo. Sí, en cambio, tendrán un calado más profundo y duradero: los niños tendrán más confianza en ellos mismos y en su criterio; también sabrán mejor lo que les gusta y lo que quieren, lo cual les ayudará, a su vez, a ser más autónomos e independientes… ¿Quién da más?