¡No me lies!

En este artículo se aborda el tema de «la construcción de la identidad sexual».  

Me gustaría exponer algunas reflexiones sobre cómo se construye el pensamiento en la infancia y qué características tiene. Solo entonces podré justificar por qué en ocasiones en lugar de educar estamos confundiendo, creando un problema innecesario y, en ocasiones, un daño irreversible. Me refiero a algunas prácticas que se están llevando a cabo en torno a la identidad sexual. Al final del artículo, añado datos de distintos estudios y argumentos de diversas fuentes que corroboran estas reflexiones.

Un bebé recién nacido no es capaz de seguir con la mirada a una persona que le habla, recibe estímulos visuales y auditivos, pero todavía no tiene las conexiones neuronales, ni la madurez muscular para dar una respuesta coordinada.  Gracias a muchas experiencias, el bebé va poco a poco adquiriendo la madurez necesaria para seguir con la vista un objeto en movimiento.

Al principio un bebé no es capaz de relacionar todas las percepciones asociadas a su madre, su olor, su voz, su imagen, su tacto… A medida que pasa el tiempo y adquiere experiencia, estas sensaciones se van conectando y llega un momento en que ya es capaz de relacionarlas. Este es el comienzo del símbolo: cuando el bebé asocia la madre a un cúmulo de percepciones; y éste es el inicio también del pensamiento y del lenguaje.

Pero todavía el bebé no puede por sí mismo evocar a su madre, aún no ha adquirido lo que se llama “el objeto permanente”. En esta etapa si un niño quiere una pelota, se mueve hacia ella para cogerla, pero si se la escondemos deja de buscarla. Llega un día en el que el bebé empieza a buscar algo que hemos escondido, o a buscar a la madre cuando le coge una persona extraña; es lo que popularmente se conoce como “ha empezado a extrañar”. Cuando esto ocurre, el bebé está adquiriendo el “objeto permanente”. Este logro es básico para el desarrollo del pensamiento y del lenguaje, pues le permite traer a la mente algo que no está presente y ponerlo en relación con otros elementos que tampoco lo están.

Al comienzo los bebés son un todo con la madre, no saben dónde empieza la madre y dónde acaban ellos. De hecho, no saben dónde acaban ellos y dónde empieza el mundo exterior. Con frecuencia los niños[1] se identifican con juguetes o con objetos (porque con estos tienen muchísimas experiencias significativas). Sienten estos objetos como una extensión de ellos mismos, pues les brindan tantas experiencias como sus manos o sus pies. Un día cuando mi hijo era pequeño, estábamos dando un paseo y él iba con sandalias; yo observé cómo se paraba a cada rato y pasaba su mano por la suela como queriendo quitar algo que le molestaba. Lo que había ocurrido es que se le había metido una piedrecita entre la suela y el pie. Es que en ese momento para mi hijo su cuerpo acababa en la suela del zapato. Los niños adquieren una identidad propia diferenciada de la de la madre y del mundo que les rodea gracias exclusivamente a la multitud de experiencias que van teniendo a lo largo del tiempo.

En esta primera etapa, sobre todo de los 0 a los 6 años los niños tienen lo que María Montessori denominó “Mente Absorbente” pues absorben el mundo que les rodea tal cual es, sin filtros, como esponjas, y lo reproducen tal cual. Por eso a veces pensamos erróneamente que los niños pequeños tienen un pensamiento lógico, cuando lo que pasa es que reproducen como loros lo que han oído sin entenderlo.

En este periodo la mente de los niños no tiene las categorías conceptuales formadas, algo imprescindible para un pensamiento adulto, rápido y ágil. En el día a día recibimos miles de estímulos; para poder manejarlos el cerebro los clasifica en diferentes categorías conceptuales. Estas categorías facilitan el trabajo, pero simplifican y filtran la información. Los niños desde pequeños están construyendo estas categorías, pero realmente en la infancia son todavía muy precarias. En esta etapa absorben la información, pero solo una mínima parte la pueden organizar en categorías muy básicas. Por ejemplo, para un niño de 6 años, la primavera está asociada a muy pocas experiencias, pues apenas tiene 3 primaveras con lenguaje. Lo mismo le pasa con el resto de las categorías. En ocasiones hemos podido comprobar cómo los niños van intentando llenar de contenidos estas categorías. Recuerdo como un niño, Raúl, intentaba comprender qué significaba tener amigos.  Su entorno familiar le había preguntado en varias ocasiones si ya tenía amigos, pues estaban un poco preocupados por su integración social. Recuerdo perfectamente como Raúl intentó descubrir si tenía amigos. Estaba en el arenero jugando y le preguntó al niño con el que jugaba si era su amigo, el otro le respondió sí, como podría haberle dicho cualquier otra cosa pues los dos estaban jugando tranquilamente uno al lado del otro. Al rato, este niño salió del arenero y Raúl le volvió a preguntar: “¿Eres mi amigo?”. El niño que dejaba el arenero le miró y sin contestar se fue a los columpios. Raúl siguió preguntado a muchos niños, en diferentes situaciones, si eran sus amigos. Raúl estaba intentando saber qué era eso de tener amigos. ¿Amigo es quién está en el arenero y cuando se va ya no es mi amigo? ¿Amigo es quien me deja sus juguetes? ¿Amigo es quien tiene la misma mochila que yo?

Los niños van construyendo estas categorías mentales en función de los datos que les llaman la atención y que son bastante arbitrarios. Mi amigo Eli, camerunés que vivía en España en una época en la que había muy poca gente negra, tenía un hijo pequeño de unos 4 años, y me contaba que a todas las personas negras las llamaba papá. Este niño, “bajo la categoría papá”, había puesto lo que más le llamaba la atención de su padre, el color de su piel. Su hijo no asociaba “papá” con “la persona que le protegía, le contaba cuentos por la noche, o se hacía cargo de todas sus necesidades”.

Otra característica del pensamiento infantil es que es intuitivo y preoperativo. Piaget dice que en esta etapa los niños no tienen la conservación (de la cantidad, del tiempo, el volumen, la longitud, el peso, la identidad…) y es a lo largo de la niñez que la van adquiriendo. Un niño no tiene la conservación de la cantidad cuando prefiere tener 20 monedas de 1€ que un billete de 50€, para él 20 monedas ocupan más espacio y son más que un solo billete. Del mismo modo no tiene la conservación de la identidad cuando su profesora se pone una careta de bruja y el niño se echa a llorar de miedo. El niño no es capaz de ver que su profesora tiene la misma ropa, el mismo cuerpo y la misma voz. El pequeño se fija en un detalle, la careta, y para él su profesora ahora es una bruja. Por eso si un niño se pone el traje de superman se convierte en superman, y si se viste de hada se convierte en hada.

Los niños construyen sus categorías de manera intuitiva, se fijan en pequeños detalles que para ellos son relevantes, y con estas mínimas informaciones manejan un concepto. Recuerdo algo que describe este hecho. Estaba con unos amigos comiendo en mi casa, había un niño de unos 7 años, yo estaba acariciando y dando besitos en la cabeza a mi pareja, tengo que decir que es un hombre con barba y canas, que muchos niños le confunden con Papá Noel. El hijo de mi amiga me preguntó por qué estaba haciendo esto, le dije que le quería mucho, entonces me dijo: “Ah, entonces es que es tu hijo”. Este niño había asociado “querer mucho y dar mimos” a la relación filial. No había recogido otra información como la edad de mi pareja o que teníamos un hijo en común con él que jugaba habitualmente.

Por último, el niño tiene un mecanismo maravilloso para regular la ansiedad que le produce el no entender lógicamente el mundo que le rodea. Este mecanismo se llama “pensamiento mágico” y va desapareciendo a medida que los menores van conquistando las relaciones lógicas.  Podría contar miles de ejemplos, pero hay uno que me gusta mucho. Había dos niños jugando juntos y una niña les preguntó si podía jugar con ellos. Uno de ellos le dijo que era un juego de chicos, entonces ella les dijo: “Vale, pues soy un chico”, y la dejaron jugar.

Dicho esto, podemos comprender que los niños a lo largo de la infancia y la niñez están construyendo su identidad y descubriendo qué significa ser niño y ser niña. Para Alicia, “ser niña” puede significar llevar faldas, vestir de rosa y tener una mochila con estrellitas. Para Alba puede ser tener vulva, y hacer gimnasia rítmica. Una madre me contó como su hija pequeña, después de haber pasado el día en el campo y ver cómo su amiguito hacía pis, le dijo: “mamá el próximo día que vayamos al campo quiero llevar una manguera como la de Leo, la quiero para hacer pis, que así no me mojo las braguitas”. Es a través de muchas experiencias que los niños van a adquirir su identidad.

Por todo lo expuesto, preguntar a los niños si se sienten niños o niñas, y dar por sentado que es algo que pueden elegir, es decir, que independientemente de los órganos sexuales que tengan pueden decidir si quieren ser niños o niñas, es una actuación educativa que les confunde y lejos de facilitar, dificulta la construcción de la propia identidad. 

Si además se pide al profesorado que cuando vea que un menor no se siente identificado con su sexo biológico porque tiene comportamientos que así lo demuestran, avise a la dirección del centro y se haga un seguimiento, estamos entrando en lo que se llama el efecto Pigmalión. ¿Qué es el efecto Pigmalión? Rosenthal en 1968, realizó un experimento en un colegio, informó a los profesores de que habían pasado unas pruebas a su alumnado y les dieron la lista del 20% con mayores capacidades intelectuales. Al finalizar el curso, aquellos que habían sido considerados mejores tuvieron un rendimiento mayor. La cuestión estaba en que la prueba que evaluaba la capacidad intelectual de los alumnos nunca se realizó.

¿Qué sucedió entonces para que unos chicos señalados al azar como los “mejores” llegaran a convertirse en ello? La respuesta la encontramos en que los profesores se crearon unas expectativas en relación con sus alumnos y actuaron sin darse cuenta para que éstas se cumplieran. 

Pero ¿a qué nos estamos refiriendo con “comportamientos que demuestren que un niño no se identifica con su sexo”? ¿a que un niño dice que quiere ser niña para que la dejen jugar?  ¿Y si a un niño le gusta ponerse el traje de bailarina o de gitana? ¿Entonces vamos a decir que es una niña? ¿le vamos a preguntar si se siente una niña?  ¿Y si una niña le encanta el fútbol y no le gusta la ropa típica de niña, vamos a decir que es un niño? ¿Y le vamos a preguntar si se siente niño?

Hasta ahora, que una niña jugara al fútbol y un niño fuera bailarín era un ejemplo de que los niños y las niñas podían ampliar las posibilidades de su rol, y si estabas en contra te tachaban de sexista. Sin embargo, en este momento con la educación sexual integral, estos comportamientos podrían ser un indicio para que te digan que puedes cambiar de sexo. Todo ello envuelto y disfrazado en una supuesta libertad sexual.

Y qué pasa con los adolescentes, pues a ellos también se les están haciendo estas preguntas. Todos sabemos que, en la adolescencia, debido a los cambios tan grandes que se dan en el cuerpo, se produce un extrañamiento del propio cuerpo. Integrar y aceptar nuestro nuevo cuerpo puede llevar años. Que, en este momento tan delicado, los adultos empiecen a hacernos preguntas sobre si nos gusta o no el sexo biológico al que pertenecemos es poco menos que echar gasolina al fuego. Si estos chavales, además de estar pasando la crisis típica y sana de la adolescencia, pasan por algún otro problema (¡y quién no los tiene!) es muy fácil que centren todo su malestar en que no se identifican con su cuerpo. Si encima esto se vende como “libertad sexual” y como un acto de rebeldía ¿quién no quiere ser libre? Cuando quieren que adoptemos un comportamiento nos lo venden como un acto de libertad.

Tengo una amiga británica que venía con frecuencia por nuestra casa, tenía dos hijas. Los padres se separaron y la separación estuvo llena de dificultades. La pequeña debió sufrir mucho pues empezó a no estudiar, a autolesionarse, sufrió anorexia y bulimia, tuvo varios intentos de suicidio. Cuando la madre podía pasar más tiempo con ella, la niña mejoraba, pero cuando la madre se iba a vivir a otro país sin su hija o empezaba una nueva relación, tenía otro hijo etc., la niña empeoraba. Cuando estaba en plena adolescencia, dijo que quería ser chico. Le pregunté a mi amiga si no pensaba que su hija estaba dando síntomas, desde hacía tiempo, de que no se quería a sí misma, de que había sufrido mucho con la separación de los padres y de que necesitaba ayuda psicológica. Su madre pensaba igual que yo, pero me contó que nadie la atendió, que pidió ayuda a diferentes organismos y todo lo que encontró fue una terapía afirmativa. A su hija la hormonaron, tiene nombre de chico. La última vez que hablamos me dijo que su hijo quería dejar la hormonación.

Desde que la OMS ha declarado que la transexualidad no es una enfermedad, y la agenda 2030 está impulsando su despatologización, se está imponiendo el modelo afirmativo. Esto simplificando mucho significa que cuando, por ejemplo, una niña/chica dice que quiere ser chico, tienes que aceptarlo e iniciar la llamada transición. Si dices que es pequeña y está jugando un rol, o que a lo mejor hay un problema detrás y que debería tener atención psicológica, te arriesgas a cometer un delito que está descrito en el artículo 17 de la nueva ley trans[2], puesto que podría interpretarse como que estás haciendo terapia de conversión.

El libro “Time to think. The Inside Story of the Collapse of the Tavistock´s Gender Service for Children” (Tiempo para pensar. La historia oculta que hizo colapsar El Servicio de Género para la Infancia de Tavistock) fue encargado a la doctora Hilary Cass y en él se describen los hechos y denuncias que llevaron al gobierno británico a decretar el cierre de la famosa clínica. La investigación revela que el 97,5% de los menores que querían cambiar de sexo padecían autismo, depresión u otros problemas que podrían explicar el rechazo a su cuerpo y/o su género, y que, de haberse tratado correctamente, habría evitado que muchos de ellos iniciaran un proceso irreversible. Uno de los trabajadores, asegura que, aunque es difícil de determinar, tan solo 1 de cada 50 menores tratados en la clínica habría seguido siendo transgénero de por vida si no hubiera iniciado el proceso de hormonación.

Nael Condell, transexual desde hace más de 17 años, asegura[3] en una entrevista que el proceso es irreversible, ya que hay cambios que no se pueden restablecer. Nael dice que lejos de ser libre, te hacen dependiente de por vida.

Luisa González, vicepresidenta del Colegio de Médicos de Madrid, asegura [4] que las transiciones en edad adulta se hacen mayoritariamente por hombres, mientras que en menores de edad el 90% son niñas. También dice que la testosterona que se da a las chicas para transicionar a chico produce cáncer y cuatriplica las enfermedades cardiovasaculares… y que lejos de solucionar el problema, en muchos casos lo agrava; de hecho, uno de cada cuatro casos de cambio de sexo se suicida. Nael Condell, asegura que, si este tratamiento se inicia antes de acabar el desarrollo sexual, ocasiona además de la atrofia de los genitales, debilidad en los huesos, e inhibe el desarrollo del cerebro.

En la primera parte, de este artículo, he expuesto cómo se construye la identidad sexual en los niños y niñas y cómo el preguntarles e implementar el modelo afirmativo no es adecuado. En la segunda parte, he recogido datos, testimonios y opiniones que han surgido a raíz del modelo afirmativo.  Me parece muy valioso aprender de la experiencia de los países que han seguido, desde hace más de una década, el modelo afirmativo y que debido a las denuncias, han tenido que dar marcha atrás, como es el caso de Reino Unido, Canadá o Suecia[5].

Por todo lo expuesto, no puedo estar de acuerdo con la nueva legislación trans, ni con la educación sexual integral, especialmente cuando puede inducir a la confusión en la infancia y en la adolescencia; cuando acelera los procesos de toma de decisiones, prohíbe los procesos de evaluación, dejando desprotegidos a niños y adolescentes frente a lo que pueden ser daños irreversibles.

Beatriz Aguilera Reija

 

[1] Cuando digo niños, me refiero a niños y a niñas, cuando digo chicos, a chicas y a chicos.

[2] Artículo 17. Prohibición de terapias de conversión.

Se prohíbe la práctica de métodos, programas y terapias de aversión, conversión o contra condicionamiento, en cualquier forma, destinados a modificar la orientación o identidad sexual o la expresión de género de las personas, incluso si cuentan con el consentimiento de la persona interesada o de su representante legal.

[3] https://www.youtube.com/watch?v=xvPjmOwkLLw

[4] https://www.libertaddigital.com/espana/politica/2023-03-14/luisa-gonzalez-para-un-medico-la-ley-trans-supone-una-ruptura-de-lo-que-es-hacer-medicina-699571

[5] https://podcasts.apple.com/es/podcast/punto-ciego-elena-valenciano-la-ley-trans-es-feminismo/id1670345820?i=1000602850048&l=en

¡No me lies!

Cuando en lugar de educar, confundimos

Me gustaría exponer algunas reflexiones sobre cómo se construye el pensamiento en la infancia y qué características tiene. Solo entonces podré justificar por qué en ocasiones en lugar de educar estamos confundiendo, creando un problema innecesario y, en ocasiones, un daño irreversible. Me refiero a algunas prácticas que se están llevando a cabo en torno a la identidad sexual. Al final del artículo, añado datos de distintos estudios y argumentos de diversas fuentes que corroboran estas reflexiones.

Un bebé recién nacido no es capaz de seguir con la mirada a una persona que le habla, recibe estímulos visuales y auditivos, pero todavía no tiene las conexiones neuronales, ni la madurez muscular para dar una respuesta coordinada.  Gracias a muchas experiencias, el bebé va poco a poco adquiriendo la madurez necesaria para seguir con la vista un objeto en movimiento.

Al principio un bebé no es capaz de relacionar todas las percepciones asociadas a su madre, su olor, su voz, su imagen, su tacto… A medida que pasa el tiempo y adquiere experiencia, estas sensaciones se van conectando y llega un momento en que ya es capaz de relacionarlas. Este es el comienzo del símbolo: cuando el bebé asocia la madre a un cúmulo de percepciones; y éste es el inicio también del pensamiento y del lenguaje.

Pero todavía el bebé no puede por sí mismo evocar a su madre, aún no ha adquirido lo que se llama “el objeto permanente”. En esta etapa si un niño quiere una pelota, se mueve hacia ella para cogerla, pero si se la escondemos deja de buscarla. Llega un día en el que el bebé empieza a buscar algo que hemos escondido, o a buscar a la madre cuando le coge una persona extraña; es lo que popularmente se conoce como “ha empezado a extrañar”. Cuando esto ocurre, el bebé está adquiriendo el “objeto permanente”. Este logro es básico para el desarrollo del pensamiento y del lenguaje, pues le permite traer a la mente algo que no está presente y ponerlo en relación con otros elementos que tampoco lo están.

Al comienzo los bebés son un todo con la madre, no saben dónde empieza la madre y dónde acaban ellos. De hecho, no saben dónde acaban ellos y dónde empieza el mundo exterior. Con frecuencia los niños[1] se identifican con juguetes o con objetos (porque con estos tienen muchísimas experiencias significativas). Sienten estos objetos como una extensión de ellos mismos, pues les brindan tantas experiencias como sus manos o sus pies. Un día cuando mi hijo era pequeño, estábamos dando un paseo y él iba con sandalias; yo observé cómo se paraba a cada rato y pasaba su mano por la suela como queriendo quitar algo que le molestaba. Lo que había ocurrido es que se le había metido una piedrecita entre la suela y el pie. Es que en ese momento para mi hijo su cuerpo acababa en la suela del zapato. Los niños adquieren una identidad propia diferenciada de la de la madre y del mundo que les rodea gracias exclusivamente a la multitud de experiencias que van teniendo a lo largo del tiempo.

En esta primera etapa, sobre todo de los 0 a los 6 años los niños tienen lo que María Montessori denominó “Mente Absorbente” pues absorben el mundo que les rodea tal cual es, sin filtros, como esponjas, y lo reproducen tal cual. Por eso a veces pensamos erróneamente que los niños pequeños tienen un pensamiento lógico, cuando lo que pasa es que reproducen como loros lo que han oído sin entenderlo.

En este periodo la mente de los niños no tiene las categorías conceptuales formadas, algo imprescindible para un pensamiento adulto, rápido y ágil. En el día a día recibimos miles de estímulos; para poder manejarlos el cerebro los clasifica en diferentes categorías conceptuales. Estas categorías facilitan el trabajo, pero simplifican y filtran la información. Los niños desde pequeños están construyendo estas categorías, pero realmente en la infancia son todavía muy precarias. En esta etapa absorben la información, pero solo una mínima parte la pueden organizar en categorías muy básicas. Por ejemplo, para un niño de 6 años, la primavera está asociada a muy pocas experiencias, pues apenas tiene 3 primaveras con lenguaje. Lo mismo le pasa con el resto de las categorías. En ocasiones hemos podido comprobar cómo los niños van intentando llenar de contenidos estas categorías. Recuerdo como un niño, Raúl, intentaba comprender qué significaba tener amigos.  Su entorno familiar le había preguntado en varias ocasiones si ya tenía amigos, pues estaban un poco preocupados por su integración social. Recuerdo perfectamente como Raúl intentó descubrir si tenía amigos. Estaba en el arenero jugando y le preguntó al niño con el que jugaba si era su amigo, el otro le respondió sí, como podría haberle dicho cualquier otra cosa pues los dos estaban jugando tranquilamente uno al lado del otro. Al rato, este niño salió del arenero y Raúl le volvió a preguntar: “¿Eres mi amigo?”. El niño que dejaba el arenero le miró y sin contestar se fue a los columpios. Raúl siguió preguntado a muchos niños, en diferentes situaciones, si eran sus amigos. Raúl estaba intentando saber qué era eso de tener amigos. ¿Amigo es quién está en el arenero y cuando se va ya no es mi amigo? ¿Amigo es quien me deja sus juguetes? ¿Amigo es quien tiene la misma mochila que yo?

Los niños van construyendo estas categorías mentales en función de los datos que les llaman la atención y que son bastante arbitrarios. Mi amigo Eli, camerunés que vivía en España en una época en la que había muy poca gente negra, tenía un hijo pequeño de unos 4 años, y me contaba que a todas las personas negras las llamaba papá. Este niño, “bajo la categoría papá”, había puesto lo que más le llamaba la atención de su padre, el color de su piel. Su hijo no asociaba “papá” con “la persona que le protegía, le contaba cuentos por la noche, o se hacía cargo de todas sus necesidades”.

Otra característica del pensamiento infantil es que es intuitivo y preoperativo. Piaget dice que en esta etapa los niños no tienen la conservación (de la cantidad, del tiempo, el volumen, la longitud, el peso, la identidad…) y es a lo largo de la niñez que la van adquiriendo. Un niño no tiene la conservación de la cantidad cuando prefiere tener 20 monedas de 1€ que un billete de 50€, para él 20 monedas ocupan más espacio y son más que un solo billete. Del mismo modo no tiene la conservación de la identidad cuando su profesora se pone una careta de bruja y el niño se echa a llorar de miedo. El niño no es capaz de ver que su profesora tiene la misma ropa, el mismo cuerpo y la misma voz. El pequeño se fija en un detalle, la careta, y para él su profesora ahora es una bruja. Por eso si un niño se pone el traje de superman se convierte en superman, y si se viste de hada se convierte en hada.

Los niños construyen sus categorías de manera intuitiva, se fijan en pequeños detalles que para ellos son relevantes, y con estas mínimas informaciones manejan un concepto. Recuerdo algo que describe este hecho. Estaba con unos amigos comiendo en mi casa, había un niño de unos 7 años, yo estaba acariciando y dando besitos en la cabeza a mi pareja, tengo que decir que es un hombre con barba y canas, que muchos niños le confunden con Papá Noel. El hijo de mi amiga me preguntó por qué estaba haciendo esto, le dije que le quería mucho, entonces me dijo: “Ah, entonces es que es tu hijo”. Este niño había asociado “querer mucho y dar mimos” a la relación filial. No había recogido otra información como la edad de mi pareja o que teníamos un hijo en común con él que jugaba habitualmente.

Por último, el niño tiene un mecanismo maravilloso para regular la ansiedad que le produce el no entender lógicamente el mundo que le rodea. Este mecanismo se llama “pensamiento mágico” y va desapareciendo a medida que los menores van conquistando las relaciones lógicas.  Podría contar miles de ejemplos, pero hay uno que me gusta mucho. Había dos niños jugando juntos y una niña les preguntó si podía jugar con ellos. Uno de ellos le dijo que era un juego de chicos, entonces ella les dijo: “Vale, pues soy un chico”, y la dejaron jugar.

Dicho esto, podemos comprender que los niños a lo largo de la infancia y la niñez están construyendo su identidad y descubriendo qué significa ser niño y ser niña. Para Alicia, “ser niña” puede significar llevar faldas, vestir de rosa y tener una mochila con estrellitas. Para Alba puede ser tener vulva, y hacer gimnasia rítmica. Una madre me contó como su hija pequeña, después de haber pasado el día en el campo y ver cómo su amiguito hacía pis, le dijo: “mamá el próximo día que vayamos al campo quiero llevar una manguera como la de Leo, la quiero para hacer pis, que así no me mojo las braguitas”. Es a través de muchas experiencias que los niños van a adquirir su identidad.

Por todo lo expuesto, preguntar a los niños si se sienten niños o niñas, y dar por sentado que es algo que pueden elegir, es decir, que independientemente de los órganos sexuales que tengan pueden decidir si quieren ser niños o niñas, es una actuación educativa que les confunde y lejos de facilitar, dificulta la construcción de la propia identidad. 

Si además se pide al profesorado que cuando vea que un menor no se siente identificado con su sexo biológico porque tiene comportamientos que así lo demuestran, avise a la dirección del centro y se haga un seguimiento, estamos entrando en lo que se llama el efecto Pigmalión. ¿Qué es el efecto Pigmalión? Rosenthal en 1968, realizó un experimento en un colegio, informó a los profesores de que habían pasado unas pruebas a su alumnado y les dieron la lista del 20% con mayores capacidades intelectuales. Al finalizar el curso, aquellos que habían sido considerados mejores tuvieron un rendimiento mayor. La cuestión estaba en que la prueba que evaluaba la capacidad intelectual de los alumnos nunca se realizó.

¿Qué sucedió entonces para que unos chicos señalados al azar como los “mejores” llegaran a convertirse en ello? La respuesta la encontramos en que los profesores se crearon unas expectativas en relación con sus alumnos y actuaron sin darse cuenta para que éstas se cumplieran. 

Pero ¿a qué nos estamos refiriendo con “comportamientos que demuestren que un niño no se identifica con su sexo”? ¿a que un niño dice que quiere ser niña para que la dejen jugar?  ¿Y si a un niño le gusta ponerse el traje de bailarina o de gitana? ¿Entonces vamos a decir que es una niña? ¿le vamos a preguntar si se siente una niña?  ¿Y si una niña le encanta el fútbol y no le gusta la ropa típica de niña, vamos a decir que es un niño? ¿Y le vamos a preguntar si se siente niño?

Hasta ahora, que una niña jugara al fútbol y un niño fuera bailarín era un ejemplo de que los niños y las niñas podían ampliar las posibilidades de su rol, y si estabas en contra te tachaban de sexista. Sin embargo, en este momento con la educación sexual integral, estos comportamientos podrían ser un indicio para que te digan que puedes cambiar de sexo. Todo ello envuelto y disfrazado en una supuesta libertad sexual.

Y qué pasa con los adolescentes, pues a ellos también se les están haciendo estas preguntas. Todos sabemos que, en la adolescencia, debido a los cambios tan grandes que se dan en el cuerpo, se produce un extrañamiento del propio cuerpo. Integrar y aceptar nuestro nuevo cuerpo puede llevar años. Que, en este momento tan delicado, los adultos empiecen a hacernos preguntas sobre si nos gusta o no el sexo biológico al que pertenecemos es poco menos que echar gasolina al fuego. Si estos chavales, además de estar pasando la crisis típica y sana de la adolescencia, pasan por algún otro problema (¡y quién no los tiene!) es muy fácil que centren todo su malestar en que no se identifican con su cuerpo. Si encima esto se vende como “libertad sexual” y como un acto de rebeldía ¿quién no quiere ser libre? Cuando quieren que adoptemos un comportamiento nos lo venden como un acto de libertad.

Tengo una amiga británica que venía con frecuencia por nuestra casa, tenía dos hijas. Los padres se separaron y la separación estuvo llena de dificultades. La pequeña debió sufrir mucho pues empezó a no estudiar, a autolesionarse, sufrió anorexia y bulimia, tuvo varios intentos de suicidio. Cuando la madre podía pasar más tiempo con ella, la niña mejoraba, pero cuando la madre se iba a vivir a otro país sin su hija o empezaba una nueva relación, tenía otro hijo etc., la niña empeoraba. Cuando estaba en plena adolescencia, dijo que quería ser chico. Le pregunté a mi amiga si no pensaba que su hija estaba dando síntomas, desde hacía tiempo, de que no se quería a sí misma, de que había sufrido mucho con la separación de los padres y de que necesitaba ayuda psicológica. Su madre pensaba igual que yo, pero me contó que nadie la atendió, que pidió ayuda a diferentes organismos y todo lo que encontró fue una terapía afirmativa. A su hija la hormonaron, tiene nombre de chico. La última vez que hablamos me dijo que su hijo quería dejar la hormonación.

Desde que la OMS ha declarado que la transexualidad no es una enfermedad, y la agenda 2030 está impulsando su despatologización, se está imponiendo el modelo afirmativo. Esto simplificando mucho significa que cuando, por ejemplo, una niña/chica dice que quiere ser chico, tienes que aceptarlo e iniciar la llamada transición. Si dices que es pequeña y está jugando un rol, o que a lo mejor hay un problema detrás y que debería tener atención psicológica, te arriesgas a cometer un delito que está descrito en el artículo 17 de la nueva ley trans[2], puesto que podría interpretarse como que estás haciendo terapia de conversión.

El libro “Time to think. The Inside Story of the Collapse of the Tavistock´s Gender Service for Children” (Tiempo para pensar. La historia oculta que hizo colapsar El Servicio de Género para la Infancia de Tavistock) fue encargado a la doctora Hilary Cass y en él se describen los hechos y denuncias que llevaron al gobierno británico a decretar el cierre de la famosa clínica. La investigación revela que el 97,5% de los menores que querían cambiar de sexo padecían autismo, depresión u otros problemas que podrían explicar el rechazo a su cuerpo y/o su género, y que, de haberse tratado correctamente, habría evitado que muchos de ellos iniciaran un proceso irreversible. Uno de los trabajadores, asegura que, aunque es difícil de determinar, tan solo 1 de cada 50 menores tratados en la clínica habría seguido siendo transgénero de por vida si no hubiera iniciado el proceso de hormonación.

Nael Condell, transexual desde hace más de 17 años, asegura[3] en una entrevista que el proceso es irreversible, ya que hay cambios que no se pueden restablecer. Nael dice que lejos de ser libre, te hacen dependiente de por vida.

Luisa González, vicepresidenta del Colegio de Médicos de Madrid, asegura [4] que las transiciones en edad adulta se hacen mayoritariamente por hombres, mientras que en menores de edad el 90% son niñas. También dice que la testosterona que se da a las chicas para transicionar a chico produce cáncer y cuatriplica las enfermedades cardiovasaculares… y que lejos de solucionar el problema, en muchos casos lo agrava; de hecho, uno de cada cuatro casos de cambio de sexo se suicida. Nael Condell, asegura que, si este tratamiento se inicia antes de acabar el desarrollo sexual, ocasiona además de la atrofia de los genitales, debilidad en los huesos, e inhibe el desarrollo del cerebro.

En la primera parte, de este artículo, he expuesto cómo se construye la identidad sexual en los niños y niñas y cómo el preguntarles e implementar el modelo afirmativo no es adecuado. En la segunda parte, he recogido datos, testimonios y opiniones que han surgido a raíz del modelo afirmativo.  Me parece muy valioso aprender de la experiencia de los países que han seguido, desde hace más de una década, el modelo afirmativo y que debido a las denuncias, han tenido que dar marcha atrás, como es el caso de Reino Unido, Canadá o Suecia[5].

Por todo lo expuesto, no puedo estar de acuerdo con la nueva legislación trans, ni con la educación sexual integral, especialmente cuando puede inducir a la confusión en la infancia y en la adolescencia; cuando acelera los procesos de toma de decisiones, prohíbe los procesos de evaluación, dejando desprotegidos a niños y adolescentes frente a lo que pueden ser daños irreversibles.

Beatriz Aguilera Reija

 

[1] Cuando digo niños, me refiero a niños y a niñas, cuando digo chicos, a chicas y a chicos.

[2] Artículo 17. Prohibición de terapias de conversión.

Se prohíbe la práctica de métodos, programas y terapias de aversión, conversión o contra condicionamiento, en cualquier forma, destinados a modificar la orientación o identidad sexual o la expresión de género de las personas, incluso si cuentan con el consentimiento de la persona interesada o de su representante legal.

[3] https://www.youtube.com/watch?v=xvPjmOwkLLw

[4] https://www.libertaddigital.com/espana/politica/2023-03-14/luisa-gonzalez-para-un-medico-la-ley-trans-supone-una-ruptura-de-lo-que-es-hacer-medicina-699571

[5] https://podcasts.apple.com/es/podcast/punto-ciego-elena-valenciano-la-ley-trans-es-feminismo/id1670345820?i=1000602850048&l=en

MATRÍCULA 2020-2021

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Matrícula 2023 - 2024

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