
Verano sin pantallas: alternativas creativas para tu hijo
1 · Conciliación laboral familiar: aumento del pantallismo y campamentos y actividades infantiles.
La conciliación laboral no es fácil para nadie, aunque sí hay una gran brecha entre las familias que tienen recursos o ayuda familiar y las que no. Sin embargo, hay dos cosas que afectan a toda la población infantil por igual durante el período estival:
- Existe un aumento generalizado y muy significativo del uso de pantallas durante este período (hasta un 60% según algunos estudios).
- Más de la mitad de los niños están apuntados a algún tipo de campamento o actividad.
2 · Qué hago con mi hijo en verano vs. las necesidades de un niño en verano.
A finales de junio, los niños finalizan un largo curso escolar de 9 meses; un período de tiempo planificado desde que se levantan hasta que se acuestan. Llegan con la lengua fuera al verano, con una tremenda necesidad de libertad y descanso. Con ganas de Vacaciones; sí, sí, habéis leído bien: con mayúscula.
Si bien la conciliación no es fácil, también es importante ser conscientes de lo que implica el hecho de que un niño pase sus días de verano entre pantallas o con actividades programadas de principio a fin. Y más importante aún es saber cuáles son las verdaderas necesidades de nuestro hijo en este momento del año y cómo poder ofrecerle un entorno rico y propicio para poder cubrirlas. Es pensar en nuestro hijo a largo plazo tratando de resolver, de la mejor manera posible, el acuciante corto plazo, el qué hago con mi hijo en verano.
3 · Verano sin pantallas ni actividades estructuradas. Reconexión familiar.
Para aquellos padres que queremos limitar el uso de pantallas en la vida de nuestro hijo: no se trata solo de regular el tiempo frente a los dispositivos, sino de ofrecerles actividades libres, ricas y significativas; espacios donde el juego, la creatividad y la exploración sean el motor de su aprendizaje; donde trabajemos la conexión familiar, que es la base de su bienestar emocional.
-
La necesidad de divagar: una pausa necesaria para ser más creativos.
Como cuenta Mariam Rojas Estapé: “Vivimos en un mundo hiperconectado, lleno de estímulos que nos mantienen ocupados a lo largo del día. Pero, cuando dejamos que nuestra mente divague, que viaje libremente, ocurre algo mágico: exploramos ideas nuevas, ponemos en orden nuestros pensamientos y sentimientos, solucionamos problemas que nos atormentan y damos espacio a nuestra creatividad y a nuestras emociones”. Y pone el ejemplo de Newton que, divagando al pie de un árbol y viendo caer una manzana, descubrió la Ley de la Gravedad; o de Arquímedes, que descubrió la fuerza del empuje hidrostático… dándose un baño.
-
El aburrimiento: un lujo en vías de extinción.
Durante el curso escolar, en esta vida loca que llevamos, los niños suelen vivir bajo el yugo de horarios rígidos y estímulos constantes que limitan enormemente las oportunidades de aburrirse.
A algunos quizás os extrañe leer esto y penséis “Pero mejor no aburrirse ¿no?”. Pues no. El aburrimiento es una necesidad evolutiva muy importante. Aunque lo vivamos como un pozo de negritud, en el que nada nos apetece, nada nos motiva… y quisiéramos sentir justo lo contrario.
Porque el problema del aburrimiento no es el aburrimiento en sí, sino lo mal que lo solemos vivir. Y lo malo de eso es que tendemos a evitar, a toda costa, la sensación de aburrimiento. Lo cual hace que disminuya, aún más, nuestra tolerancia hacia él.
Si los niños aprenden a aburrirse o mejor dicho: a tolerar el aburrimiento (que es todo un arte), tienen mucho ganado. Primero, el aburrimiento supone una reconexión con uno mismo, un preguntarse: ¿qué quiero hacer?. Y con esa pregunta silenciosa (o no tanto), el niño aburrido tiende naturalmente a buscar, a explorar. Es un momento en el que está abierto al mundo, curioso, expectante. “¡Anda! ¿Y esta caja de cartón tan grande?” Y, de repente, está el niño recortando, ensamblando, pegando, haciéndose un robot, un vehículo, una casita… El aburrimiento bien encauzado es una oportunidad para la acción, la proyección, la creatividad… un motor interno muy potente, síntoma de gran autonomía.
Un niño que no sabe gestionar el aburrimiento puede convertirse en presa fácil de las pantallas, que ofrecen estímulo, recompensa inmediata a nivel hormonal… y crean dependencia.
-
Evitar actividades estructuradas y favorecer el aprendizaje espontáneo.
En vacaciones, un niño necesita descansar del curso escolar, de los ritmos frenéticos y las actividades estructuradas. Necesita libertad, poder elegir qué quiere hacer y cúando hacerlo. Ya hace yudo, toca el trombón o va a clases de ajedrez durante el resto del año. ¿Clases de natación en verano? “No sabe nadar y es mayorcito ya para tenerle miedo al agua”. Pues con más razón: quizás unas clases de natación acaben por provocarle más rechazo aún: “¡Venga, todos al agua!”, “Está fría”, “Espabila, que no tenemos toda la mañana”… Salir de Málaga para meterse en Malagón: el niño necesita recuperarse del estrés del curso, no tener que practicar actividades que le supongan más estrés aún.
Nosotros defendemos el aprendizaje espontáneo, por experimentación y observación; el juego libre y el respeto por el ritmo y los tiempos de cada niño. Y evitamos las actividades estructuradas, sobre todo en edades tempranas.
¿Tu hijo no sabe nadar? Llévale a una piscina donde pueda ver cómo se lo pasan de bien sus amiguitos en el agua. Que los observe; él querrá hacer lo mismo. Querrá meterse sin necesidad de que nadie se lo diga. Una piscina en la que tenga pie, en la que pueda jugar a correr, salpicar; en la que pueda sentir la sensación del frío en su cuerpo; de sus movimientos en el medio líquido, ralentizados por la presión del agua…
-
Compartir pasiones con nuestro hijo: transmitir el entusiasmo y la motivación al tiempo que trabajamos la conexión.
A veces nos olvidamos de lo importante que es cultivar nuestras pasiones. En primer lugar, porque es una de las mejores maneras de autocuidado; de nutrirnos y de disfrutar. En segundo lugar, que nuestro hijo nos vea practicando lo que tanto nos gusta, hace que tenga un importante referente al respecto, brindándole con ello la oportunidad de integrarlo, por imitación, en su vida. Y tercero… nos da la ocasión de compartir con nuestro hijo nuestras pasiones y de reforzar nuestro vínculo con él.
La pesca, la cocina, el ciclismo, la geología, el dibujo, el ajedrez o la costura… tantas oportunidades de aprendizaje y disfrute para nuestro hijo como aficiones podamos tener. El entusiasmo y la pasión son contagiosos; nuestro hijo no se hará de rogar para acompañarnos a la piscina para nadar y divertirse con nosotros si lo que nos gusta es la natación; o de hacer un bizcocho una tarde si disfrutamos cocinando…
Compartir nuestros intereses con ellos les abre nuevas ventanas al mundo; a nuevas disciplinas con las que disfrutar, compartir y aprender con alegría y entusiasmo. Observan y vivencian que la vida está llena de posibilidades, de experiencias valiosas y que la pasión es un verdadero motor de vida.
Pero cuidado: para que todo esto pueda darse, es imprescindible adaptar la actividad a las capacidades y ritmos de cada niño. Uno no puede inculcarle a su hijo de 3 años el amor por la astronomía llevándole a una charla al Planetario.
Pero sí podemos tumbarnos, de noche, a ver una lluvia de estrellas; si nos gusta el ciclismo, quizás podemos ir juntos en bici a comprar el pan; probar a clavar un clavo en una madera si nos gusta la carpintería… Libremente, sin instrucciones ni presión de rendimiento: solo observando cómo lo hacemos nosotros. Dejando que pruebe, que se equivoque, que se frustre y vuelva a intentarlo una y otra vez hasta que lo consiga.
-
Jugar con nuestro hijo fortalece el vínculo y trabaja las habilidades sociales.
A veces, mantener a nuestro hijo lejos de las pantallas supone también saber ofrecerle alternativas enriquecedoras. Y qué mejor que un juego, donde el disfrute y el aprendizaje se unen en una actividad que, antes que nada, reforzará el vínculo con nuestro hijo.
El ajedrez, las cartas, el fútbolín, las canicas, el bádminton o las palas en la playa…
Puede ser muy interesante no ceñirnos al guión. Me explico: con los niños podemos acordar, antes de empezar, nuevas normas para que los juegos sean más justos. Esto no tendría sentido en un juego como La Oca, en el que todo es fruto del azar. Pero sí en cambio en el escondite, por ejemplo: si estamos jugando con nuestro hijo de 5 años, quizás nosotros no podamos correr, sino solo andar rápido, porque somos mucho más rápidos que él y siempre ganaríamos. Esto hará que nuestro hijo se sienta tenido en cuenta en función de sus capacidades; que se sienta, asimismo, más implicado en una actividad en la que él mismo ha decidido el marco de acción. Esta experiencia le ofrecerá la posibilidad de integrar una idea de justicia fundamental: a cada uno se le pide según sus posibilidades. Le quedará también la idea de que las cosas no tienen por qué ser rígidas, sino que se pueden adaptar y cambiar según las circunstancias… que es otra forma de trabajar la flexibilidad mental y creatividad.
Ahora bien: aunque puede ser muy interesante adaptar el juego a las circunstancias, también es MUY importante no dejar que el niño siempre gane cuando juega con adultos. O que vaya cambiando las normas a su antojo durante el juego para salir ganando. Esto hace que los niños, cuando juegan con otros niños, siempre quieran ganar y tengan conductas que nos les benefician nada, a nivel social, con sus iguales.
Es muy interesante también darle la vuelta a los juegos competitivos para hacerlos más cooperativos. En el bádminton, podríamos dar como premisa “a ver cuántos toques conseguimos dar entre los dos”, en vez de jugar partidos; o jugar a un parchís en el que todos los jugadores vamos juntos contra un color, anónimo, que movemos por turnos y que nos quiere comer a todos…
Con algunos niños –y siempre teniendo en cuenta su edad– es muy interesante trabajar el aprender a perder. O no venirse abajo cuando han sufrido un revés (la famosa y en boca de todos: resiliencia). En esos casos, no está de más practicarlo para familiarizarse con esa sensación de frustración que se les hace insoportable. Y que con práctica y aceptación, se irá haciendo más llevadera.
A tener en cuenta, SIEMPRE: es verano y estamos buscando actividades de ocio y disfrute con nuestro hijo; no una manera indirecta de ampliar o reforzar conocimientos. Ahora mismo, el objetivo es compartir con él. Tener esto claro nos ayudará a estar más relajados y a centrarnos en la relación con nuestro hijo, que es el objetivo primordial en este punto. Todo lo demás, es un plus.

Verano sin pantallas: alternativas creativas para tu hijo
1 · Conciliación laboral familiar: aumento del pantallismo y campamentos y actividades infantiles.
La conciliación laboral no es fácil para nadie, aunque sí hay una gran brecha entre las familias que tienen recursos o ayuda familiar y las que no. Sin embargo, hay dos cosas que afectan a toda la población infantil por igual durante el período estival:
- Existe un aumento generalizado y muy significativo del uso de pantallas durante este período (hasta un 60% según algunos estudios).
- Más de la mitad de los niños están apuntados a algún tipo de campamento o actividad.
2 · Qué hago con mi hijo en verano vs. las necesidades de un niño en verano.
A finales de junio, los niños finalizan un largo curso escolar de 9 meses; un período de tiempo planificado desde que se levantan hasta que se acuestan. Llegan con la lengua fuera al verano, con una tremenda necesidad de libertad y descanso. Con ganas de Vacaciones; sí, sí, habéis leído bien: con mayúscula.
Si bien la conciliación no es fácil, también es importante ser conscientes de lo que implica el hecho de que un niño pase sus días de verano entre pantallas o con actividades programadas de principio a fin. Y más importante aún es saber cuáles son las verdaderas necesidades de nuestro hijo en este momento del año y cómo poder ofrecerle un entorno rico y propicio para poder cubrirlas. Es pensar en nuestro hijo a largo plazo tratando de resolver, de la mejor manera posible, el acuciante corto plazo, el qué hago con mi hijo en verano.
3 · Verano sin pantallas ni actividades estructuradas. Reconexión familiar.
Para aquellos padres que queremos limitar el uso de pantallas en la vida de nuestro hijo: no se trata solo de regular el tiempo frente a los dispositivos, sino de ofrecerles actividades libres, ricas y significativas; espacios donde el juego, la creatividad y la exploración sean el motor de su aprendizaje; donde trabajemos la conexión familiar, que es la base de su bienestar emocional.
-
La necesidad de divagar: una pausa necesaria para ser más creativos.
Como cuenta Mariam Rojas Estapé: “Vivimos en un mundo hiperconectado, lleno de estímulos que nos mantienen ocupados a lo largo del día. Pero, cuando dejamos que nuestra mente divague, que viaje libremente, ocurre algo mágico: exploramos ideas nuevas, ponemos en orden nuestros pensamientos y sentimientos, solucionamos problemas que nos atormentan y damos espacio a nuestra creatividad y a nuestras emociones”. Y pone el ejemplo de Newton que, divagando al pie de un árbol y viendo caer una manzana, descubrió la Ley de la Gravedad; o de Arquímedes, que descubrió la fuerza del empuje hidrostático… dándose un baño.
-
El aburrimiento: un lujo en vías de extinción.
Durante el curso escolar, en esta vida loca que llevamos, los niños suelen vivir bajo el yugo de horarios rígidos y estímulos constantes que limitan enormemente las oportunidades de aburrirse.
A algunos quizás os extrañe leer esto y penséis “Pero mejor no aburrirse ¿no?”. Pues no. El aburrimiento es una necesidad evolutiva muy importante. Aunque lo vivamos como un pozo de negritud, en el que nada nos apetece, nada nos motiva… y quisiéramos sentir justo lo contrario.
Porque el problema del aburrimiento no es el aburrimiento en sí, sino lo mal que lo solemos vivir. Y lo malo de eso es que tendemos a evitar, a toda costa, la sensación de aburrimiento. Lo cual hace que disminuya, aún más, nuestra tolerancia hacia él.
Si los niños aprenden a aburrirse o mejor dicho: a tolerar el aburrimiento (que es todo un arte), tienen mucho ganado. Primero, el aburrimiento supone una reconexión con uno mismo, un preguntarse: ¿qué quiero hacer?. Y con esa pregunta silenciosa (o no tanto), el niño aburrido tiende naturalmente a buscar, a explorar. Es un momento en el que está abierto al mundo, curioso, expectante. “¡Anda! ¿Y esta caja de cartón tan grande?” Y, de repente, está el niño recortando, ensamblando, pegando, haciéndose un robot, un vehículo, una casita… El aburrimiento bien encauzado es una oportunidad para la acción, la proyección, la creatividad… un motor interno muy potente, síntoma de gran autonomía.
Un niño que no sabe gestionar el aburrimiento puede convertirse en presa fácil de las pantallas, que ofrecen estímulo, recompensa inmediata a nivel hormonal… y crean dependencia.
-
Evitar actividades estructuradas y favorecer el aprendizaje espontáneo.
En vacaciones, un niño necesita descansar del curso escolar, de los ritmos frenéticos y las actividades estructuradas. Necesita libertad, poder elegir qué quiere hacer y cúando hacerlo. Ya hace yudo, toca el trombón o va a clases de ajedrez durante el resto del año. ¿Clases de natación en verano? “No sabe nadar y es mayorcito ya para tenerle miedo al agua”. Pues con más razón: quizás unas clases de natación acaben por provocarle más rechazo aún: “¡Venga, todos al agua!”, “Está fría”, “Espabila, que no tenemos toda la mañana”… Salir de Málaga para meterse en Malagón: el niño necesita recuperarse del estrés del curso, no tener que practicar actividades que le supongan más estrés aún.
Nosotros defendemos el aprendizaje espontáneo, por experimentación y observación; el juego libre y el respeto por el ritmo y los tiempos de cada niño. Y evitamos las actividades estructuradas, sobre todo en edades tempranas.
¿Tu hijo no sabe nadar? Llévale a una piscina donde pueda ver cómo se lo pasan de bien sus amiguitos en el agua. Que los observe; él querrá hacer lo mismo. Querrá meterse sin necesidad de que nadie se lo diga. Una piscina en la que tenga pie, en la que pueda jugar a correr, salpicar; en la que pueda sentir la sensación del frío en su cuerpo; de sus movimientos en el medio líquido, ralentizados por la presión del agua…
-
Compartir pasiones con nuestro hijo: transmitir el entusiasmo y la motivación al tiempo que trabajamos la conexión.
A veces nos olvidamos de lo importante que es cultivar nuestras pasiones. En primer lugar, porque es una de las mejores maneras de autocuidado; de nutrirnos y de disfrutar. En segundo lugar, que nuestro hijo nos vea practicando lo que tanto nos gusta, hace que tenga un importante referente al respecto, brindándole con ello la oportunidad de integrarlo, por imitación, en su vida. Y tercero… nos da la ocasión de compartir con nuestro hijo nuestras pasiones y de reforzar nuestro vínculo con él.
La pesca, la cocina, el ciclismo, la geología, el dibujo, el ajedrez o la costura… tantas oportunidades de aprendizaje y disfrute para nuestro hijo como aficiones podamos tener. El entusiasmo y la pasión son contagiosos; nuestro hijo no se hará de rogar para acompañarnos a la piscina para nadar y divertirse con nosotros si lo que nos gusta es la natación; o de hacer un bizcocho una tarde si disfrutamos cocinando…
Compartir nuestros intereses con ellos les abre nuevas ventanas al mundo; a nuevas disciplinas con las que disfrutar, compartir y aprender con alegría y entusiasmo. Observan y vivencian que la vida está llena de posibilidades, de experiencias valiosas y que la pasión es un verdadero motor de vida.
Pero cuidado: para que todo esto pueda darse, es imprescindible adaptar la actividad a las capacidades y ritmos de cada niño. Uno no puede inculcarle a su hijo de 3 años el amor por la astronomía llevándole a una charla al Planetario.
Pero sí podemos tumbarnos, de noche, a ver una lluvia de estrellas; si nos gusta el ciclismo, quizás podemos ir juntos en bici a comprar el pan; probar a clavar un clavo en una madera si nos gusta la carpintería… Libremente, sin instrucciones ni presión de rendimiento: solo observando cómo lo hacemos nosotros. Dejando que pruebe, que se equivoque, que se frustre y vuelva a intentarlo una y otra vez hasta que lo consiga.
-
Jugar con nuestro hijo fortalece el vínculo y trabaja las habilidades sociales.
A veces, mantener a nuestro hijo lejos de las pantallas supone también saber ofrecerle alternativas enriquecedoras. Y qué mejor que un juego, donde el disfrute y el aprendizaje se unen en una actividad que, antes que nada, reforzará el vínculo con nuestro hijo.
El ajedrez, las cartas, el fútbolín, las canicas, el bádminton o las palas en la playa…
Puede ser muy interesante no ceñirnos al guión. Me explico: con los niños podemos acordar, antes de empezar, nuevas normas para que los juegos sean más justos. Esto no tendría sentido en un juego como La Oca, en el que todo es fruto del azar. Pero sí en cambio en el escondite, por ejemplo: si estamos jugando con nuestro hijo de 5 años, quizás nosotros no podamos correr, sino solo andar rápido, porque somos mucho más rápidos que él y siempre ganaríamos. Esto hará que nuestro hijo se sienta tenido en cuenta en función de sus capacidades; que se sienta, asimismo, más implicado en una actividad en la que él mismo ha decidido el marco de acción. Esta experiencia le ofrecerá la posibilidad de integrar una idea de justicia fundamental: a cada uno se le pide según sus posibilidades. Le quedará también la idea de que las cosas no tienen por qué ser rígidas, sino que se pueden adaptar y cambiar según las circunstancias… que es otra forma de trabajar la flexibilidad mental y creatividad.
Ahora bien: aunque puede ser muy interesante adaptar el juego a las circunstancias, también es MUY importante no dejar que el niño siempre gane cuando juega con adultos. O que vaya cambiando las normas a su antojo durante el juego para salir ganando. Esto hace que los niños, cuando juegan con otros niños, siempre quieran ganar y tengan conductas que nos les benefician nada, a nivel social, con sus iguales.
Es muy interesante también darle la vuelta a los juegos competitivos para hacerlos más cooperativos. En el bádminton, podríamos dar como premisa “a ver cuántos toques conseguimos dar entre los dos”, en vez de jugar partidos; o jugar a un parchís en el que todos los jugadores vamos juntos contra un color, anónimo, que movemos por turnos y que nos quiere comer a todos…
Con algunos niños –y siempre teniendo en cuenta su edad– es muy interesante trabajar el aprender a perder. O no venirse abajo cuando han sufrido un revés (la famosa y en boca de todos: resiliencia). En esos casos, no está de más practicarlo para familiarizarse con esa sensación de frustración que se les hace insoportable. Y que con práctica y aceptación, se irá haciendo más llevadera.
A tener en cuenta, SIEMPRE: es verano y estamos buscando actividades de ocio y disfrute con nuestro hijo; no una manera indirecta de ampliar o reforzar conocimientos. Ahora mismo, el objetivo es compartir con él. Tener esto claro nos ayudará a estar más relajados y a centrarnos en la relación con nuestro hijo, que es el objetivo primordial en este punto. Todo lo demás, es un plus.